Artículos                                                                         REGISTROS, ISSN 2250-8112, Vol. 20 (1) enero-junio 2024: 99-113

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La imagen del desarrollo en las sedes administrativas de industrias estatales. Los casos de Colombia, Argentina y Brasil

The Image of Development in the Administrative Headquarters of State Industries. Colombia, Argentina and Brazil as case studies

 

Camila Costa

Instituto de Teoría e Historia Urbano-Arquitectónica (INTHUAR), Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina

 

 

 

Resumen

La promoción de la industria en ramas básicas (petróleo, acero, celulosa, entre otros) fue una de las premisas en las que coincidieron los gobiernos de los países latinoamericanos durante las décadas de 1950 y 1970 del siglo XX para equipararse con las naciones desarrolladas. El estudio selecciona tres obras estatales que alojan las actividades administrativas de este tipo de industrias y que son sede de las empresas en ciudades centrales. A través de la revisión de la literatura, los edificios de Ecopetrol (Colombia, sede Bogotá), SOMISA (Argentina, sede Buenos Aires), y Petrobras (Brasil, sede Río de Janeiro) permiten reflexionar sobre las nuevas demandas que el desarrollismo como modelo político-económico impuso a la disciplina proyectual. Nuevos modos de gestión de la obra pública como los concursos, la inserción urbana de los edificio-sede, la construcción industrializada, la promoción del uso de ciertos materiales, y nuevas formas de proyecto se tensan en la búsqueda de representar al nuevo “Estado empresario”, representante de naciones que anhelaban ser progresistas, desarrolladas y autosuficientes. Permite a su vez indagar en las coincidencias y divergencias, formales y materiales, de la tipología arquitectónica de edificio en altura dentro del periodo de estudio, así como ilustrar la manera en que la modernidad se estaba estableciendo en el continente.

Palabras clave: arquitectura, Estado, concursos, industrialización

 

Abstract

Promoting industry in basic sectors (such as oil, steel, cellulose, among others) was one of the premises on which the governments of Latin American countries agreed during the decades of the 1950s and 1970s of the 20th century to catch up with developed nations. The study selects three state-owned buildings that house the administrative activities of these types of industries and serve as headquarters for the companies in central cities. Through the review of literature, the buildings of Ecopetrol (Colombia, headquartered in Bogotá), SOMISA (Argentina, headquartered in Buenos Aires), and Petrobras (Brazil, headquartered in Rio de Janeiro) allow for reflection on the new demands that developmentalism as a political-economic model imposed on the design discipline. New modes of public work management such as competitions, the urban integration of headquarters buildings, industrialized construction, the promotion of certain materials, and new project forms are strained in the search to represent the new "business State", representative of nations that longed to be progressive, developed, and self-sufficient. It also allows for an investigation into the similarities and divergences, both formal and material, of the architectural typology of high-rise buildings within the study period, as well as illustrating how modernity was being established on the continent.

Keywords: architecture, State, competitions, industrialization


 


Introducción

Entre las décadas de 1950 y 1970 del siglo XX, en un marco de inestabilidad política, los países latinoamericanos recibieron, por parte de organismos internacionales como por ejemplo la Comisión Económica para América Latina (CEPAL),1 premisas y condiciones que se proponían equipararlos con las naciones desarrolladas. Estos mandatos adquirieron diferente peso y características en cada región latinoamericana, en un periodo histórico donde se sucedieron simultáneamente gobiernos democráticos y de facto, muchas veces en contextos de violencia. Sin embargo, dichas condiciones de producción dieron lugar a un despliegue importante de obras estatales de arquitectura e infraestructura para el desarrollo que se materializó en cada país con mayor o menor grado de coincidencia en los programas y los medios constructivos (Müller et al, 2018). Desde equipamiento productivo hasta plantas fabriles e infraestructura de transporte, son temas constructivos vinculados estrechamente al proceso de industrialización que se estaba llevado adelante por esos años y de los cuales empezaban a participar activamente los arquitectos (Costa, 2023).

Ciertos programas de arquitectura e ingeniería pasaron a tener mayor relevancia en países latinoamericanos a diferencia de épocas anteriores. Centrales hidroeléctricas y nucleares, sedes de empresas estatales, aeropuertos, estaciones de ómnibus entre otras construcciones, eran ya conocidas en estas latitudes (en algunos casos) pero por estos años adquieren una escala mayor, y aumenta la cantidad de obras construidas, que a su vez se caracterizaron por la utilización de tecnologías y materiales particulares.

Si bien el desarrollismo como modelo teórico orientador de las políticas implementadas, tuvo diversos orígenes tanto en Latinoamérica como al interior de cada una de las naciones (García Bossio, 2014), una de las premisas “para alcanzar el desarrollo” era lograr la autosuficiencia energética e impulsar la industria base (es decir el petróleo, el papel, el acero, entre otros). Por lo cual las formas de intervención del Estado, que hasta ese momento se habían orientado a una decidida asistencia social, mudaron a una planificación económica realizada en función del crecimiento y desarrollo de la industria. En este sentido se promovió la radicación de capitales extranjeros a través de políticas públicas2 y se crearon empresas (estatales y mixtas) que fueron vinculadas a las ramas de la petroquímica, la metalurgia y el papel, entre otras. En Argentina particularmente, entre 1959 y 1962 se privatizaron numerosas empresas del Estado, pero esto no significó un retiro del Estado en esas áreas, ya que, en muchos casos, los capitales extranjeros no alcanzaron a cubrir las demandas y aquél tuvo que asociarse con el sector privado para sostener el funcionamiento de muchas de ellas (Belini y Rougier, 2008).

En algunos casos la gestión de dichas empresas requirió de edificios sede que alojaran las funciones administrativas en los núcleos urbanos y representaran el progreso de lo que los autores dieron en llamar el nuevo “Estado empresario”. Mientras en las grandes ciudades del mundo surgían rascacielos que simbolizaban el poder económico de las compañías (Villate, 2008), en Latinoamérica, el fenómeno de los nuevos cordones industriales y la implantación de grandes complejos fabriles como es el caso de ALUAR (Aluminio Argentina) en Puerto Madryn, la refinería Pasqualini (Canoas, Brasil) o la planta de Papel Prensa SA en San Pedro (Buenos Aires, Argentina) tuvo su correlato en el centro de las capitales con la creación de edificios que replicaban el protagonismo de dichas plantas fabriles en la periferia (Liernur, 2001). Qué características adoptó esta presencia en los entornos urbanos de las ciudades capitales y cómo se materializó dicha imagen empresarial se intentará precisar al final del artículo.

Desde fines del siglo XIX la tipología de edificio en torre o rascacielos se desarrolló en Estados Unidos con numerosos ejemplos que sirvieron de modelo a los arquitectos latinoamericanos. Si bien en sus inicios fue una tipología resistida, en general por motivos estéticos (Malecki y Bonicatto, 2023), los profesionales que aceptaron la tendencia tuvieron tempranos vínculos con este país. Edificios como la torre Metropolitan Life Insurance (1909, Napoleon Le Brun), el Chrysler Building (1928, William Van alen) o el Empire State (1930, Shreve, Lamb y Harmon), ofrecieron aspectos innovadores como la esbeltez, los remates análogos, y cerramientos rígidos con muros pantalla, respectivamente (Villate, 2008). Tanto si se refiere a cuestiones tecnológicas como de imagen, la exploración de la materialización de edificios en altura no escapa al ambiente latinoamericano.

Este estudio selecciona tres obras que alojan las funciones administrativas de las industrias promovidas por esos años y que son sede de empresas en ciudades centrales. Los casos elegidos son los edificios de Ecopetrol (Colombia, sede Bogotá), SOMISA (Argentina, sede Buenos Aires), y Petrobras (Brasil, sede Río de Janeiro). Todos proyectados por reconocidos estudios de arquitectura de la época y en el caso de los últimos dos, a través de una modalidad con gran impulso en este periodo: los concursos públicos.

Mediante la revisión de la literatura (historia de la arquitectura e historia económica), los casos de estudio permiten reflexionar sobre las condiciones de producción de la arquitectura en esos años (contextos políticos turbulentos) así como las demandas que el desarrollismo impuso a la disciplina de proyecto. Éstas últimas tuvieron que ver con las nuevas formas de gestión de la obra pública (vínculos del Estado con oficinas privadas de arquitectura), la inserción de este tipo de edificios en la escala urbana, la construcción industrializada, la promoción del uso de ciertos materiales (hormigón armado, aluminio, acero), y las nuevas formas de proyecto (teoría de los sistemas, brutalismo, etc.) en la búsqueda de representar naciones que se pretendían progresistas, desarrolladas y autosuficientes.

 

Colombia – Edificio Ecopetrol (Bogotá, 1954-1958)

Luego del acontecimiento llamado “Bogotazo”, ocurrido en 1948, en Colombia se generalizó un estado de tensión política, social y religiosa, que se agudizó con el intenso traslado de inmigrantes campesinos hacia las ciudades. Este periodo es denominado “La Violencia”, justamente por incluir crímenes y persecuciones dentro del contexto de una guerra civil no declarada. Con poseterioridad a estos hechos, la economía de Colombia, basada principalmente en la exportación de café, comenzó a virar sus recursos al financiamiento de ciertos sectores industriales (vinculados a la producción de base) y los gobiernos democráticos recibieron fuertes presiones de la Asociación Nacional de Industrias para sostener el proteccionismo de dichos sectores (Sáenz Rovner, 2002). Una de las empresas creadas por el Estado en esta fase es la compañía mixta Ecopetrol, fundada en 1951 luego de la reversión de la Concesión de Mares.3

El edificio para la empresa colombiana de petróleos es una obra del estudio de arquitectura Camilo Cuéllar, Gabriel Serrano y José Gómez, quiénes también diseñaron la planta de producción. El equipo comenzó a trabajar en los años 30 con Serrano a la cabeza de los proyectos, Gómez dirigiendo los aspectos constructivos y Cuellar encargado de la administración (Giovannardi y Parma, 2019). A este grupo exitoso, se le suma el ingeniero italiano Doménico Parma con el desarrollo del sistema “reticular celulado”, y así se posicionan como el estudio más solícito de los años 50 y 60 en Colombia, con hasta 50 obras en simultáneo.

El edificio de Ecopetrol está localizado en el centro de la ciudad, y es uno de los primeros edificios en adoptar la tipología exenta, sobresaliendo en la homogeneidad del barrio de construcciones bajas entre medianeras de principios del siglo XX. El estudio de arquitectura era reconocido por su habilidad para resolver situaciones urbanas novedosas (Téllez, 2018). Al día de hoy las parcelas aledañas también están ocupadas por edificios exentos, formando un eje de edificios en altura que se contrapone al tejido bajo preexistente y revelando que la obra para Ecopetrol inició una tendencia en esa parte de ciudad.

El edificio también se destacó por ser uno de los primeros proyectos de esta índole en implantarse en medio de zonas verdes, dado que, del otro lado, la trama se integra con el parque nacional “Enrique Olaya Herrera”, generando para ese entonces una innovadora concepción del espacio público.

El programa consistió en 12188 m2 distribuidos en 13 pisos y subsuelo para 45 autos, subestación de energía, tanque y equipos. En la planta baja se ubicaba el ingreso del público y el banco; hasta el piso 11 se desarrollaban las oficinas; y en los dos últimos pisos se localizaron la cafetería y departamentos para visitantes.

El edificio está compuesto por dos cuerpos formando una “T”, con un cuerpo central que aloja el núcleo circulatorio vertical. Su estructura de hormigón armado fue requerida como condición por la firma y resultó muy avanzada para la época. La misma está conformada por cuatro pilares centrales, elaborados en el sistema reticular celulado y sostenidos a lo largo de todos los bordes externos por gruesos y esbeltos pilares colocados en la fachada. Dicho sistema (RET-CEL), inventado y patentado por Parma, consistía en un piso de células prefabricadas de hormigón, huecas y cuadradas, espaciadas a 10 cm entre sí para crear vigas armadas entre ellas (Vargas 2012, citado en Villate, 2018). Para difundir su uso, el ingeniero elabora un manual, en el que se explica el sistema de análisis y cálculo “alcanzando una aproximación razonable y controlada” (Parma, citado en Giovannardi y Parma, 2019).

El afamado sistema dio lugar a una tipología de fachada estructura o tipología de tubo (Villate, 2018) que da libertad a las resoluciones de planta (Figura 1). A su vez, la obra adquirió reconocimiento por un estudiado uso del color en las superficies exteriores, así como una interesante configuración de volúmenes en el remate superior (Cruz y Pulgarín, 2017).

Si bien en 1962, en la adjudicación del Primer Premio Nacional de Arquitectura, se ponderó la originalidad de la obra, Tellez Castañeda (1999) explica que “su mérito, como el de la casi totalidad de las obras importantes de arquitectura en el siglo XX en Colombia, estriba en ser una inspirada adaptación colombiana de las ideas surgidas en otras latitudes”. En este caso el edificio Lever House, en Nueva York, de la firma Skidmore, Owings & Merrill, (1949-51), ejerció una especial influencia, y de ahí surge el diseño de un acceso principal en primer piso enmarcado por un vacío con pilotes aislados, el cual es uno de sus rasgos más notables. (Figuras 2 y 3).

Según Murcia (2015), la arquitectura moderna en Colombia tuvo un fuerte desarrollo entre 1945 y 1960, paradójicamente cuando asistía al mencionado clima de violencia e intolerancia dentro de un gobierno conservador y reaccionario. A su vez, Arango (1990) plantea que a finales de los años 50 del siglo XX se perfilaron dos corrientes arquitectónicas antagónicas: la primera enfrentaba los grandes retos de la tecnología (vivienda en altura y sistemas constructivos prefabricados y económicos). En ella los aspectos formales quedaban supeditados a la eficiencia y, según la autora, era la arquitectura de las grandes empresas y organismos oficiales. La segunda, autodenominada “topológica” u “organicista”, propendía por una arquitectura basada en una tecnología realista y accesible que utilizara procedimientos artesanales de la construcción tradicional, adecuándose al terreno y al clima y reivindicando los aspectos estéticos y formales (por ejemplo, el uso del ladrillo). La autora plantea que hacia 1960 estas posturas se imbricaron e influenciaron mutuamente, por lo que no sería prudente encuadrar al edificio de Ecopetrol en alguna de estas corrientes, dado que su tecnología fue de avanzada para la época, pero su implantación promovió el desarrollo del entorno natural con el cual limita actualmente. El edificio fue declarado monumento nacional en 1995 y bien de interés cultural en 2005.


 

Figura 1. Edificio Ecopetrol. Plantas y corte longitudinal. Archivo fotográfico Cuellar Serrano y Gómez, citado en Ecopetrol “Contrato de consultoría NO. 3013660. Formulación y adopción del plan parcial de renovación urbana del centro empresarial ECOPETROL (CEE)

 


Vista de un edificio

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Figura 2. Edificio Ecopetrol. Vista a escala peatonal. Sitio CUSEGO. Recuperado de: https://www.cusego.co/1950-a-1970

 

Una torre de un edificio

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Figura 3. Edificio Ecopetrol. Vista de la fachada posterior. Google Earth © 2024 (Fecha de la imagen: 06/2023)

 

 


Argentina – Edificio SOMISA (Buenos Aires, 1966-1977)

La situación económica y política argentina que acompañó este periodo fue intermitente: con momentos de avance económico y de retroceso, con gobiernos democráticos y gobiernos militares, a veces cargados de violencia. Las premisas económicas adoptadas a principios de los años 30 del siglo XX referidas a la industrialización por sustitución de importaciones, se potenciaron en la década del 50 dando un nuevo giro a ese proceso y promoviendo la industria pesada. Sector que no llegó a desarrollarse del todo pues nunca dejó de depender de inversiones, insumos y tecnologías extranjeras (Fanjzylber, 1983; Ferrer y Rougier, 2010). Pero que, como indica Liernur (2015), colocó a la arquitectura frente a nuevas condiciones de modernización (nuevos procesos productivos, medios de transporte, materiales y burocratización).

La empresa SOMISA (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina) se creó en 1947 pero su planta de fabricación recién fue construida en 1960. A mediados de esa década fue requerida su sede social en Capital Federal y para ello se llamó a concurso público. Dos premisas del concurso lanzado en 1966 eran que el edificio tuviera carácter de símbolo y que fuera construido enteramente en acero (Schere, 2008). El ganador del concurso fue el estudio de arquitectura de Mario Roberto Álvarez (MRA) que desarrolló un edificio con 8 subsuelos, planta baja, 13 pisos y helipuerto en la azotea.

Un terreno en esquina fue el elegido para alojar la sede empresarial. En lo que refiere a su implantación, Waisman hablaba de las condiciones de la “obra en el entorno”, y cómo su impacto urbano dependía de varios factores (escala y frecuencia de aparición). Para el caso de SOMISA y otros edificios de MRA, la autora reconocía que aún se mantenían al límite de “destrozar” (sic) los tejidos urbanos, logrando “aportar orden, limpieza y claridad al perfil ciudadano” (Waisman, 1974, p. 39).

Estructuralmente la parte enterrada del edificio es de hormigón armado, mientras el resto se resuelve con elementos metálicos prefabricados y montados en seco. El entramado de perfiles se apoya en cuatro columnas de acero y en dos núcleos circulatorios verticales. Vigas de 19 m con voladizos de 8 m, se ubican a 60 cm por fuera de la piel de vidrio y cada dos niveles, resultando en uno de los elementos más sobresalientes de la fachada. Mientras que la envolvente exterior son termopaneles dobles con cámara de aire y perfiles de acero. En la construcción prevalece el uso del mismo material fabricado por la firma: el acero (Figuras 4 y 5).

Una vez construido, la obra se convirtió en la primera de este tipo en el país y la primera en el mundo enteramente soldada. Waisman planteaba que “Somisa está tan alejado de la tecnología constructiva corriente que requirió de sus proyectistas un total cambio de mentalidad” (1974, p. 39). En este sentido, los autores lo pensaron como un inmenso mecano cuyas partes llegaban a la obra ya listas para ensamblarse, y con tolerancias mínimas de desajuste entre ellas (Figura 6).

En términos compositivos, la pretendida innovación tecnológica esconde aspectos que remiten a la arquitectura de la primera mitad del siglo. Plotquin (2013) señala una composición basada en ejes radiales, es decir, la monumentalidad implicada en la axialidad de los ingresos y las simetrías encastradas de los palieres y salones son elementos que contrastan con la intencionada imagen tecnológica. Espacios modulados y homogéneos surgidos de la teoría de los sistemas y,

una semántica en torno al propósito de la sede prima(ron) sobre cualquier lógica tectónica o arquitectónica, tecnológica, sistémica y eficientista: el consumo y la provocación publicitaria al producto. La torre de la siderurgia, se expresa con los productos de la propia industria. (Plotquin, 2013, p. 120)

La subordinación del racionalismo compositivo y estructural del edificio al simbolismo de la imagen final también fue mencionada por Liernur (2001).

En términos de ejercicio proyectual, según Waisman la actuación del estudio de MRA es totalizadora, pues no se queda en el diseño de los espacios, sino que pasa a las estructuras y a la ejecución, entre otros ítems del proceso que involucra la concreción de un edificio. Ejemplo de ello es el diseño de los tableros de electricidad del edificio, inaccesibles al público y sin embargo elaborados como piezas de arte. Para la autora, MRA era un arquitecto clásico (en la búsqueda de valores universales para la arquitectura) pero su racionalidad no se aferraba a tipologías cristalizadas, sino que se apoyaba en una metodología de trabajo que tiene que ver con la búsqueda de nuevas soluciones (1974). En cambio, para Shmidt “aquí su concepción perretiana lo llevó a mantener un diseño estructural de gran exhibicionismo, pero proyectado como si fuera de Hº Aº, desaprovechando las capacidades del acero” (2018, p. 166), lo cual pone de manifiesto un vínculo determinado entre las condiciones impuestas por nuevos materiales, los requerimientos estéticos del nuevo “Estado empresario” y las soluciones funcionales.


 

Imagen en blanco y negro de una ciudad

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Figura 4. Edificio SOMISA, vista exterior. Archivo MRA+A (Archivo Mario Roberto Álvarez y Asociados). Recuperado de: https://www.mraya.com.ar/

 

Torre de un edificio

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Figura 5. Edificio SOMISA, vista de esquina. Archivo MRA+A (Archivo Mario Roberto Álvarez y Asociados). Recuperado de: https://www.mraya.com.ar

 

Diagrama, Dibujo de ingeniería

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Figura 6. Edificio SOMISA, detalle del sistema estructural. Archivo MRA+A (Archivo Mario Roberto Álvarez y Asociados). Recuperado de: https://www.archdaily.cl/cl/988620/clasicos-de-arquitectura-edificio-somisa-mario-roberto-alvarez-y-asociados.


 

 

Brasil – Edificio PETROBRAS (Río de Janeiro, 1969-1972)

En lo que refiere a la consecución del desarrollo el mandatario brasileño “Juscelino Kubitschek (1956-1961) sostenía que su objetivo era la expansión, el fomento y la instalación de las industrias que Brasil necesitaba para su total y verdadera liberación económica” (García Bossio, 2014, p. 15). En este sentido, tal meta se conseguía mediante el crecimiento económico sostenido a partir de la industrialización de las otrora economías agroexportadoras. Y en sintonía con su contemporáneo mandatario argentino (Arturo Frondizi 1958-1962), lo que había que promover era la industria pesada, basada entre otras cosas, en el petróleo.

En la perspectiva de autosuficiencia (energética en este caso) entra en juego la extracción de hidrocarburos y la empresa mixta, con mayoría estatal, encargada de la tarea se fundó en 1953 con el nombre de Petrobras. Si bien hubo una disputa previa (Oba, 2019) por localizar el edifico sede en Salvador de Bahía (único productor efectivo de petróleo) finalmente, la ubicación elegida fue Río de Janeiro

El proyecto fue resultado de un concurso nacional realizado a través del Instituto de Arquitectos del Brasil (IAB) y en el que el arquitecto Joao Batista Vilanova Artigas fue parte del jurado a pesar de estar perseguido por el gobierno militar (Oba, 2019). El proyecto ganador es de los arquitectos Roberto Gandolfi, José H. Sanchotene, Abraao Assad y Luis Fortes Netto. La empresa constructora Odebretch llevó adelante la obra. Una compañía nacional que creció fuertemente (junto con otras) de la mano del golpe militar de 1964 (Campos, 2015), en un clima de extremo proteccionismo a las empresas nacionales.4

Luego de una mudanza en el sitio de implantación, se decide construir el edificio en el cuadrante sudeste de la explanada de Santo Antonio. Esta explanada fue creada luego de la demolición del morro homónimo y en la concepción urbanística de que allí se proyectara un área abierta, con edificios exentos y superficies ajardinadas de uso público, siguiendo el modelo moderno de Brasília (Oba, 2019). Al cambiar la ubicación a un predio más amplio el volumen del proyecto se modificó, resultando en una base cuadrada de 75 metros de lado y no rectangular como era originalmente. Sin embargo, la empresa solicitó al equipo de proyecto que continuaran liberando el 25 % del terreno (para futuras construcciones) lo que en palabras de Assad (2017, citado en Oba, 2019) complicó mucho el proyecto.

El programa es un edificio de oficinas alojadas en 26 pisos y tres subsuelos, cuya estructura principal son pilares huecos con base de metal. La forma resultante es un prisma robusto que se diferencia del estereotipo de rascacielos espejado, en tanto la estrategia adoptada por los arquitectos fue proporcionar mayor área de oficinas por piso y reducir la longitud de la circulación vertical, que se concentró en un único núcleo central.

Como debía proyectarse en etapas, el equipo decide aligerar el volumen a través de sustracciones alternadas cada cuatro niveles para compensar el vacío que se dejaba en los últimos pisos (a completar en las etapas finales). Tanto Gandolfi como Netto participaron del concurso de Peugeot (1962) y, aparentemente, de allí habría surgido la idea de caja “calada”. La sucesión intercalada de plantas en “H” y en “Cruz” da lugar a la alternancia en la sustracción del volumen para los jardines (Gandolfi 2017, citado en Oba, 2019). Estos espacios fueron aprovechados como áreas de jardín proyectadas por el paisajista Roberto Burle Marx. A su vez, los vacíos proporcionan iluminación y ventilación naturales para el centro del edificio, que combinado con la adopción de parasoles de aluminio en las fachadas colaboran al confort térmico interno. La “tropicalización” de la arquitectura moderna de la que habla Liernur (2004) se materializó en la segunda piel de los edificios, lo que permitió espacios intermedios de climatización. A su vez, la aparición de esta segunda piel presentó un recurso de monumentalidad que, para el autor, ya había sido advertido por Le Corbusier y celebrado por Giedion. En este sentido, el uso de pilotis, terrazas-jardín y planta y fachada libres, como principios básicos del movimiento moderno, se pueden identificar elaborados a gran escala en este edificio (Figuras 7 y 8).

En términos constructivos, para los medios de comunicación de la época la obra fue pretenciosa (Oba, 2019). En numerosas publicaciones se describían los números alcanzados. Para su estructura se utilizaron 32000 m3 de concreto y 3000 t de acero. También requirió de 11 km de conductos eléctricos y 1000 t de acero galvanizado para construir los conductos de aire acondicionado. Una de las premisas del concurso era optimizar la circulación de los empleados. En este sentido, el sistema de elevadores sociales se ejecutó para transportar en un solo viaje 500 personas y alcanza con 8 viajes a capacidad completa para conducir la totalidad de los empleados a sus puestos de trabajo. Por último, el edificio contiene 27000 m2 de superficie vidriada. Los valores expresados dan cuenta de un salto cuantitativo en los recursos destinados a la obra estatal, así como en la concepción de la imagen de empresa eficiente (Figura 9).


 

Un edificio de fondo

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Figura 7. Edificio Petrobras, vista del volumen y sus sustracciones a escala peatón. Camila Costa (2014).

 

Dibujo en blanco y negro de una casa

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Figura 8. Edificio Petrobras. Perspectiva que muestra la parte superior desocupada, de acuerdo con las condiciones de etapabilidad del concurso (Braga Pacheco, 2010).

 


Imagen en blanco y negro de un edificio

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Figura 9. Edificio Petrobras. Etapa de construcción entre 1969 y 1972. Créditos: Facundo Nonato. Banco de imágenes de Petrobras, 2017.

 


A la manera de lo acontecido en Colombia, la historiografía brasileña estableció dos escolas dentro de la arquitectura nacional: la primera se reconocería en las obras de Niemeyer y Costa, mientras que en la segunda el trabajo se ha caracterizado por la confección de texturas rugosas, una actitud brutalista y marcados impulsos minimalistas, dando al mismo tiempo primacía a las estructuras de hormigón armado, con terminaciones de encofrados de madera (Comas, 2015). Particularmente, Gutiérrez (1997) se refiere a este edificio como un “formalismo absurdo y grandilocuente”, asumiendo derroches monetarios en su construcción. Para el autor las obras brutalistas (si presumimos que este edificio se encuadra en esa corriente), le parecen de escala exagerada, justamente para los recursos materiales del país. Bullrich (1969), en cambio, rescata la audacia estructural y el alejamiento de planteos cartesianos en la arquitectura brasileña que tomó impulso a partir del fenómeno urbanístico y arquitectónico de Brasilia. Con la perspectiva que ofrece otra distancia histórica, Drago (2023) plantea que la generación de arquitectos que llevó adelante el edificio de Petrobras, y que han asumido una metodología interdisciplinar de abordaje del proyecto, eran bien conscientes de las capacidades técnicas para conseguir efectos plásticos y a su vez, se aprovechaban (justificando su postura) de la disputa disciplinar de la generación anterior (Rio vs. Sao Paulo) y de los grandes emprendimientos como Brasilia.

 

La modernización desarrollista

En contextos políticos de inestabilidad constitucional, la apuesta al Estado como el encargado del progreso de la nación fue un factor común en los tres casos estudiados. Si bien el Estado hizo partícipes a los actores privados, nunca dejó de lado su rol administrador y encaró decididamente un camino de progreso nacional de la mano de la industria. El énfasis desarrollista puesto en las ramas industriales pesadas, diseminó plantas fabriles y yacimientos petrolíferos en las periferias industriales de las grandes ciudades latinoamericanas, y a su vez quiso replicar dicha imagen en las áreas urbanas, a través de las sedes administrativas de esas empresas.

Los sitos elegidos para la implantación de los edificios sede no fueron ingenuos: espacios de fuelle entre la trama urbana tradicional y nuevos espacios públicos, esquinas visibles y explanadas monumentales les confirieron a las obras estudiadas un rol protagonista en el espacio circundante que persiste al día de hoy. En términos de partido, las oficinas de Ecopetrol retomaron las influencias norteamericanas proponiendo una nueva relación del edificio con su espacio público circundante y orientando en esa dirección el desarrollo de las parcelas adyacentes. La relación con el entorno se exploró de manera innovadora en el caso de Petrobras mediante los jardines colgantes que habilitaron una permeabilidad interior-exterior no concebida hasta el momento. Mientras que en la obra de SOMISA, dicha relación fue y es, como indicó Waisman (1974), de sobrio respeto dado que el ingreso a nivel peatón continúa la línea de la calle.

Bajo la perspectiva de Gutiérrez (1997, p. 624), las arquitecturas resultantes (refiriéndose a las sedes de grandes empresas) “expresan en mayor o menor grado la adscripción a preocupaciones formales, funcionales y expresivas cuyos parámetros son externos al propio programa y circunstancia”, entendiendo que esos parámetros eran foráneos. A su vez, este tipo de obras expresaron preocupaciones de un debate más amplio que superaba a la arquitectura de cada país y formó parte de la disciplina en sí misma: experimentaciones estructurales, control del clima, programas complejos, así como la búsqueda de identidad en arquitectura, entre otras exploraciones que se replican en los casos de estudio. En línea con lo que plantearon las diferentes tradiciones surgidas en cada país, las visiones de lo que el desarrollismo significaba fueron fuertemente debatidas en el seno de la disciplina arquitectónica. Sin embargo, como explica Bergdoll, todas encararon un sentido de la experimentación “que se proyectaba al futuro y no solo a construir el presente” (2015, p. 23), es decir que las tentativas en arquitectura acompañaron el progresismo en la experimentación política y económica de los países latinoamericanos. En este sentido, los concursos públicos fueron un gran promotor de nuevas ideas. Dicha modalidad se constituyó en un renovado espacio de proyectación y habilitó un laboratorio de experiencias en manos de estudios privados al servicio de la obra estatal.

Materialmente, los casos abordados presentan algunas diferencias. Mientras el edificio de Ecopetrol se circunscribe en las experimentaciones con hormigón armado que había promovido la arquitectura del movimiento moderno, los edificios de SOMISA y Petrobras van a contramano de esas tendencias internacionales, así como de las disponibilidades de materiales locales como el acero (que no era fácil de conseguir a bajo costo en Latinoamérica según Bullrich, 1969). Las resultantes son volúmenes que van desde lo más macizo (fachada telón) a lo más ligero (volúmenes sustraídos) a medida que nos acercamos en el tiempo.

Proyectualmente, el edificio de Ecopetrol no resultó innovador en la distribución funcional dado que se ciñe a la estructura prefabricada, replicada en todos los pisos. Según la historiografía SOMISA se encuentra a medio camino entre un partido academicista y una innovación tecnológica que no termina de explotar, mientras que Petrobras, perpetúa los principios de la arquitectura moderna, llevándolos a otra escala, gracias a los recursos materiales y económicos utilizados.

Indagar en las transformaciones, rechazo o acepciones a un supuesto lenguaje de arquitectura internacional en América Latina a lo largo de las tres décadas que siguen a la segunda guerra escapa al propósito de este estudio. Como explica Segre (1999), cada obra y cada autor están condicionados por factores concretos que validan cada respuesta. Variables como la disponibilidad de materiales prefabricados y de tecnologías casi siempre importadas combinados con la factura local dieron resultado a una modernidad particular. En ese sentido, al comienzo del periodo Hitchcock (1955) caracterizaba la arquitectura latinoamericana de la inmediata segunda posguerra como “remota”, pero remota de sí misma, pues, hacia 1955, no había producido una arquitectura de identidad única. Para Bullrich (1969), en cambio, la conciencia, por parte de los arquitectos latinoamericanos, de la dependencia de modelos europeos, es parte del esfuerzo por encontrar esa tan mentada identidad cultural. Pero, así como la identidad es siempre una construcción interesada (Junqueira Bastos y Verde Zein, 2010), el “espíritu nacional” no es una constante histórica sino una variable, depositada en el individuo, lo que dificulta la tarea de encuadrar cada ejemplo en una tendencia reconocible. En este caso el individuo es el Estado en su faceta de administrador de la industria nacional.

La iniciativa estatal (combinada con inversiones privadas), la adscripción a nuevas tecnologías (ir “más allá” en las posibilidades del acero, el hormigón y el vidrio), las exploraciones en torno a la estética del desarrollo, la búsqueda de identidad (pero no de una identidad universalizable), y una renovada comprensión de las relaciones con el entorno urbano, son elementos comunes a estos tres ejemplos.

En este sentido, como sostiene Bergdoll, la arquitectura y la planificación en América Latina dejaron de ser un tardío reflejo de los modelos europeos y norteamericanos y pasaron a ser “previsiones de una modernización por venir: lecciones del mundo subdesarrollado” (2015, p. 16). La modernización que está por venir de la que habla el autor ya no asocia lo estético al cambio social, sino a las imágenes de progreso y desarrollo. Aquella se asentó en una matriz conformada por las demandas de arquitectura e infraestructura a gran escala proveniente de los diferentes procesos de industrialización de cada país, los recursos disponibles (materiales producidos e importados), la mano de obra local, pero sobre todo por el mensaje que se buscaba comunicar con esas obras. Es decir, una imagen atravesada por diversos intereses: la representación de un Estado fuerte y que era capaz de administrar sus recursos, el progreso material de una nación; y la conformación de una arquitectura nacional que al mismo tiempo debía difundirse internacionalmente. La modernidad emergente no resultó unívoca ni homogénea, por lo que continuar indagando en la producción arquitectónica vinculada a los programas que promovió el desarrollismo resulta una tarea intrínseca a la propia búsqueda de identidad que movilizó el debate disciplinar por aquellos años.

 

Notas

1 También de acuerdos bilaterales como la Alianza para el Progreso o el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, u organismos de crédito como el Banco Interamericano de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional, entre otros.

2 En el caso de Argentina, entre 1958 y 1963 se llegó a alcanzar el máximo histórico de inversiones extranjeras: aproximadamente el 23% del total del período entre 1912 a 1975. Las ramas industriales favorecidas fueron la automotriz, la petrolera, la química, la metalúrgica y de maquinarias, que aprovecharon las posibilidades que ofrecía un mercado interno protegido (Luna, 1995). Las industrias a su vez fueron favorecidas por las leyes Nº 14.780 y 14.781 de Inversiones y Promoción Industrial, cuyo antecedente fue la Ley 14.122 de 1953 que ofrecía a los inversores extranjeros la posibilidad de girar un porcentaje de sus beneficios en divisas, dentro del estricto control de cambios de la época (Schvarzer, 1987).

3 La “Concesión de Mares” fue un permiso de explotación petrolífera que lleva el nombre del adjudicatario (en su momento yerno del presidente Reyes). Este tipo de concesiones eran por 30 años y si bien se había firmado en 1905, idas y vueltas políticas determinaron que la reversión se fijara en 1951, cuando la explotación de ese territorio pasó a manos de la compañía mixta Ecopetrol (Tapias Cote, 2012).

4 En 1969 el decreto N°64.345 del presidente Costa e Silva establecía claramente que solo podría constatarse el servicio de empresas privadas si no hubiera empresa nacional capaz de llevar adelante la obra. Los militares desarrollaron un mercado dirigido a los empresarios brasileños durante la época de expansión de la infraestructura nacional. “El problema es que junto con la promoción de las empresas brasileiras vino también la concentración en manos de pocos empresarios, que se hicieron cada vez más poderosos a partir da dictadura militar” (Rodríguez, 2014, s.p.).

Agradecimientos

Quien escribe quiere agradecer las amables colaboraciones del arquitecto Jorge Alberto Galindo Díaz de la Universidad Nacional de Colombia, y de la arquitecta Nuxia Dias Drago de la Universidad Federal de Río de Janeiro.

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Camila Costa

Arquitecta, Especialista en Docencia Universitaria. Doctora en Arquitectura. Docente e Investigadora, Instituto de Teoría e Historia Urbano-Arquitectónica (INTHUAR), Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Universidad Nacional del Litoral, Ciudad Universitaria, CP 3000, Santa Fe, Argentina.

ccosta@fadu.unl.edu.ar

https://orcid.org/0000-0001-9288-5923